Tal vez porque resolví mal el cálculo de jornadas y distancia, me vi asediado por la voluntad de escribir sobre el Manantial que deseaba ver varios días antes de poder comprobar con mis propias manos la fuerza con la que brotaba. La tarde en la que debía llegar a mi destino la montaña no era más que una anécdota del horizonte. Pero mi cabeza bullía con los versos que deseaba escribir. Me tumbé bajo la sombra de unos bambúes y describí la fuente tal como la imaginaba. Incluso los arcoíris del agua. Al llegar, no tuve que variar ninguna rima.