Ríos subterráneos cruzan las regiones interiores de las palabras. Súbitas heridas en la piel vierten su humedad, en ocasiones, al exterior. Así también las gotas que perlan la tersura de ciertos términos en verano. O la confusa sabiduría que derraman las fuentes cuando nacen en vocablos antiguos. Al contrario de lo que se cree, el silencio recupera los acuíferos del vocabulario, y su sobreexplotación merma y agota la generosidad de las palabras acotadas por cañerías de extracción. El desierto también se extiende en las frases que se pronuncian. Solo cuando se habla para no decir nada, llueve sobre las lomas.