En cuanto entraron en el parque fue imposible sujetar su brazo. La mano, que había ido apoyada en la cadera durante el camino, se deslizó por la falda como un esquiador por la pista. Lo peor, sin embargo, ya imaginaba que estaba aún por pasar. Se sentaron en un banco. Y a su mano le dio por la espeleología, arriba y abajo, dentro de la blusa, allí donde no conseguía cazarla. Me desesperaba, busqué ayuda en el otro custodio y lo descubrí sobre la rama de un árbol haciendo un crucigrama. Creo seriamente que deberíamos unificar nuestros protocolos de actuación.