Con qué modestia llega el día a la ciudad. El mismo mohín enharinado con el que el panadero, bajo su gorrita blanca, se despide de la dependienta, que ordena las barras recién horneadas en los cestos. La misma costumbre, abulia casi, con la que el conductor de la línea nocturna aparca su vehículo en el hangar. Así llega el día, y la soberbia que me nace dentro y la irritación que siento no veo de dónde vienen. Mientras enciendo el cigarrillo, con su caricia discreta la luz se ha hecho con el rostro de los mortales, no con su corazón.
martes, 8 de febrero de 2011
Rue du Jour
Con qué modestia llega el día a la ciudad. El mismo mohín enharinado con el que el panadero, bajo su gorrita blanca, se despide de la dependienta, que ordena las barras recién horneadas en los cestos. La misma costumbre, abulia casi, con la que el conductor de la línea nocturna aparca su vehículo en el hangar. Así llega el día, y la soberbia que me nace dentro y la irritación que siento no veo de dónde vienen. Mientras enciendo el cigarrillo, con su caricia discreta la luz se ha hecho con el rostro de los mortales, no con su corazón.