Llego a una ciudad para presentar la novela. La víspera un periodista me ha hecho una entrevista telefónica. Como guardo celosamente explicaciones y respuestas para el acto, le respondo merodeos, trivialidades. Compro el diario local y veo la página con desagrado. Va ilustrada con una foto de otra época, bajada de Internet, borrosa. A su hora, en un ilustre palacio, desvelo las esencias del libro ante una docena de personas que miran insondables. Un fotógrafo me asedia. Al día siguiente, sin embargo, nada se publica. Me pregunto si me habré equivocado. Pero no: la realidad y yo compartimos gustos anacrónicos.