Por el camino, abrupto, pedregoso, ni se me ocurre pensarlo. Tengo las piernas acostumbradas a las pendientes morales. Los brazos, diestros en el impulso del cuerpo. Avanzo rápido. Evito las conjeturas. Me basta con concentrarme en el ascenso. El repecho final lo asumo con entrega y no pierdo el paso del pastor que me guía, con extrañeza aún de que alguien quiera perderse en alturas inclementes sin ir tras una cabra extraviada. No miro hacia abajo ni presiento lo que he de ver, permanezco atento a la agreste senda. Solo cuando alcancemos la cima, abriré los ojos. Y el pensamiento.