JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

lunes, 27 de junio de 2022

Manos | Siete



Cada vez que anudo sobre tobillo y empeine la zapatilla, deslizo después la mano por el satén, con suavidad, como para darle calor y fuerza al pie que, ahí encerrado, ha de sostener la danza de todo el cuerpo. Las manos me parecen, entonces, un hermano mayor que cuida del menor y no solo por edad lo mima, sino también porque necesita el apoyo y su potencia para poder volar más alto en cada salto en el que el gesto de los dedos culmina el esfuerzo de todos los miembros. Pero eso será luego, cuando haya silencio en la platea.

jueves, 23 de junio de 2022

Manos | Seis



Tenemos una pequeña imprenta. Es un juguete de una época cuyos niños son adultos hace tiempo. Con las pinzas colocamos las letras de goma en una forma de plástico, la humedecemos en una almohadilla de tinta y la presionamos contra folios de colores a fin de que aparezca, como por arte de magia, el poema que escribimos a dos manos el día anterior, en el porche, mientras el día se alejaba despacio con una belleza profunda y antigua. Es un poema breve, tenemos pocas letras en la caja tipográfica, pero realizamos varias impresiones para regalárselo a los invitados del domingo.

sábado, 18 de junio de 2022

Manos | Cinco



Desde la butaca que ocupo, en un extremo de las primeras filas, puedo verlas. No tengo en las mías un oboe ni el arco de una viola. Un violín parece excesivo para mis ensoñaciones. Antes de que empiece el concierto disfruto observando cómo trajinan en el cuaderno de la partitura, pasan páginas sin pasarlas, cerciorándose de que están todas, ninguna ha desaparecido. Cuando el director mire a los músicos, casi pasando lista, ensayarán el hieratismo perfecto. El ejemplo de que nada se va a mover en el escenario hasta que no se alcen y arranque, con su movimiento, la música.

martes, 14 de junio de 2022

Manos | Cuatro



Dos hermanas gemelas en un camino. Quien con ellas se cruza no aclara a cuál mirar. Si habla a una piensa en la otra, pero no distingue la que le ha devuelto el saludo. Que vistan igual o distinto tampoco importa. Solo las diferencian sus hábitos, cuando los practican. Una sostiene el libro, otra pasa la página. Una, el cazo; otra, el cucharón. Una pasa el peine; otra estira el rizo. Y mientras una escribe, la otra dormita. De ahí su fama de soñadora. La que al andar prefiere ir enfundada en un bolsillo. Dos hermanas que solo rezan juntas.

miércoles, 8 de junio de 2022

Manos | Tres



Desde un banco del parque, allí donde no corretean criaturas, observo cómo un mirlo avanza desconfiado al amparo de los árboles. Ni pestañeo, para que no se vaya. Se me ocurre pensar que sus alas quizá sean el equivalente de las manos, como las mías, también pegadas ahora al cuerpo para evitar movimientos. Pronto me doy cuenta de que las manos del mirlo son su pico, que aparta lo que no le interesa, revuelve y atrapa cuanto desea. Pero mis manos no son su pico, sé extenderlas como alas y emprender el mismo vuelo, cuando se marcha, hacia lo incierto.

sábado, 4 de junio de 2022

Manos | Dos



No era visible su mano izquierda, cuyo brazo desaparecía, como si fuera un efecto óptico, a partir del codo. La talidomida está en el epicentro de una generación cuyos mayores habían cerrado los ojos ante el progreso y la ambición. No podía verla, pero la ausente mano izquierda estaba ahí, de eso estoy convencido, en cualquiera de sus movimientos. Amontonaba libros, repartía folios, recogía exámenes. Por nada del mundo hubiera querido que me descubriera mientras me fijaba en cómo lo hacía, pero al mismo tiempo no lograba contener la inexplicable necesidad de desvelar la existencia de lo que no existía.

miércoles, 1 de junio de 2022

Manos | Una



Percibí la cautela con la que se iba a acercar antes incluso de que la desenfundara del bolsillo donde, por precaución, la llevaba. Vi tamborilear los dedos, luego, sobre la superficie de zinc. Pensé que sería impaciencia, pero enseguida comprendí que quizá fuera incertidumbre. Avanzaba lo mismo que retrocedía. Tanto pensar en su mano me había olvidado de la mía, que continuaba sobre el bolso, aferrada. La dejé fluir. Quiso descender primero por mi pierna y luego la vi ascender y posarse en la barra. Iba a tamborilear, pero me reprimí. Nada más extenderla noté la suya sobre la mía.