Nunca he sido pintor de sala de museo. De poses. De decorados. Un pintor que repite pinturas enmarcadas con pan de oro, que colorea fotografías muertas, que traza sombras en la sombra del genio. Un pelele obnubilado por barnices, por esmaltes. No soy un libro de hojas oscurecidas con el manoseo, trufado hasta el infinito por cintas de colores y en cada una la cita que corresponde. No soy la postrera campana de un huso horario. Unto los pinceles en las secreciones de cuanto padezco. No pretendo ser un artista del erotismo, solo anhelo captar la sublime obscenidad del amor.