Y cuando me doy la vuelta para ver mi rostro no veo a nadie en el lugar que ocupo. Mi retrato es la silla en la que estoy sentado, vacía. El camastro donde las chinches anidan sin sangre que las alimente. El nombre por el que nadie responde cuando lo vocea el guardián. Lo que entrego como yo a quien interpela por mi pasado en el patio es una incógnita para mí. Me obliga a mirar al suelo e inclinarme con la intención de recoger los añicos que queden de mí en mi sombra. En la arena que la dibuja.