Dormida aún en sus dobleces descubro la chaqueta en el fondo del armario. Se estira, cuando la despliego, un poco incrédula de que las haya despertado de su letargo, pero se aviene enseguida a cubrir los brazos de la súbita caída de las temperaturas. Qué recuerdos afloran con la chaqueta: los días en que saludaba el ir olvidando prendas en casa a la hora de salir. Ahora agradezco el frescor del día que la ventana cuela como aviso de que una camisa no va a ser suficiente. Contenta de abrigarme y yo de que me abrigue, partimos hacia el otoño.