«No lo entiendo, —se queja César, las botas de fútbol al hombro, meneándose los cordeles con los gestos de la protesta— si yo compro una botella de agua y una magdalena de chocolate por qué he de pagar esa barbaridad». «Es la parte alícuota del total de las ventas realizadas durante la semana, —le responde con didáctica confuciana el chino Parménides, dueño del colmado que hay junto al campo de deportes de Coronel Pringles— no existen clientes, sino El Cliente; no hay compras, sino La Compra». «Pues ahí se queda la botella y el bollo, me largo al de Heráclito».