El dulzor de la saliva ha dejado sobre la piel un poema. Leve rastro de humedad que traza sensaciones y estremecimientos. Médula que da vida a los versos. Rayo que vierte su luz sobre el papiro de los cuerpos y deja un cuenco de silencio al pie del tiempo. Laberinto de brazos y piernas que caligrafían la letra de un alfabeto desconocido, que se aprende en cada abrazo para poder leer los instantes sin texto. Caracola del deseo que ha recorrido las voces con ojos cerrados y a su paso ha dejado por escrito lo que no ha necesitado escritura.