Joseph lo había comprado nada más llegar. Cerca del Campo de San Polo. Una tienda minúscula que apestaba a humedad y a curtidos. «Thomas Mann. Impresor veneciano desde 1912». No le había costado barato, pero cada vez que acariciaba la piel de la cubierta la suavidad le hacía olvidar el precio. O si se sentaba en un Café, el color ahuesado en la página en blanco le encandilaban como la lectura ideal. Destapaba la pluma, pero el verjurado le intimidaba. Aborrecía envilecerlo. Arrancaba una hoja del periódico, anotaba los versos que nunca escribiría en el cuaderno y guardaba los recortes dentro.