Donatien Alphonse François de
Sade, reconocido fabricante de espejos francés, abrió comercio en Palma, ya
anciano, en un local estrecho y húmedo bajo los soportales de la Plaza Mayor
donde una mañana luminosa de verano entró el joven Blai: «Le vi el domingo en
la Seu». Monsieur Sade arrugó el ceño y musitó: «Unas pinturas…». «¿Cree que
si me miro en alguno de estos espejos reconoceré mis ojos?», preguntó jovial el
muchacho. El artesano tropezó con un ladrillo suelto del pavimento: «Su precio
le quedará lejos». Blai sonrió: «Entonces mírese usted y le veo». «Eso he hecho
siempre», crepitó Sade.