La luna viste de azul el cuerpo
níveo de la joven. Y del mismo azul que las aguas del Índico desdibujan con sus
garabatos sobre las olas tiñe el humo de la pipa que exhala Li Bai. La brisa
revuelve la melena de Marguerite, acodada en la baranda de popa, y estremece la
piel en sus brazos descubiertos. Li Bai convierte el silencio en rumor y un
ramillete de flores amarillas prende en
las palabras que no se atreve a decir. Las argollas tintinean entre sí. La
muchacha aprieta los dientes para que no castañeen. Li Bai mira la luna.