Al salir de Charing Cross las locomotoras embetunan el rectángulo de cielo que el muchacho contempla a través de la claraboya como única noticia del día, desde la embetunada madrugada hasta la noche embetunada, cuando por fin sale, molido, de la fábrica de betún Warren. No tiene aún los doce años, aunque él lo afirme, y ha de subirse a un taburete para alcanzar la mesa donde encola etiquetas. Taburete que le libra de caminar todo el día con los pies mojados por el agua que el río cuela en el almacén. Le llaman «Charles, enano», él mira y sonríe.