Por el suelo, derrotada, se arrastra la luz que cuela un ventanuco en torno al cual las moscas, imaginaria peonza, giran sin fin. Cuando el eco de la llantina llega, de boca en boca, el capataz de los Mercado pide que descorchen la damajuana que se reserva para las ocasiones. El tabernero sube de la bodega con gesto de triunfo. Las cartas que en aquel momento corren por las mesas quedan en suspenso, la mano alzada, la imprecación extinguida, la vista desatenta. El tapón canta su breve aria de bajo y el caño gorjea ante un coro de vasos sucios.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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lunes, 30 de mayo de 2016
sábado, 28 de mayo de 2016
El nacimiento de Ana de Peñalosa \ 5
No tarda el llanto en alcanzar la plaza que la nieve ha borrado por entero. El abrevadero, los arbustos, un carro. Sobre la blancura se multiplican las huellas que la ensucian entrecruzándose. En el atrio el párroco patea el mármol del suelo para expurgarse gotas y copos de la sotana mientras vocea el nombre del sacristán. Campanas al vuelo, rápido —ordena. Asoma con aspavientos por la puerta de la sacristía un hombrecillo triste que se limpia de migas la pechera y hogaza en mano protesta: Con el frío que hace. Una ráfaga empuja el badajo contra los labios de bronce.
jueves, 26 de mayo de 2016
El nacimiento de Ana de Peñalosa \ 6
Un vuelo de campanas se expande entre barbechos y pedregales, por ribazos, besanas, campos aturdidos por la nieve, sobre aspas de molino detenidas y barcas amarradas a un tronco en la orilla de un río sordo. Un repique de fiesta salta tapias que nada guardan, escudriña umbrías que a nadie albergan, recorre caminos de ausentes. El sonido transita el territorio de las aves y de los insectos, sabe dónde se esconde el gato montés y acaricia el lomo de ovejas sonámbulas en el redil, donde un muchacho soñador se pregunta si cuando él nació lo supo el ganado que cuida.
martes, 24 de mayo de 2016
El nacimiento de Ana de Peñalosa \ 7
Brilla el atardecer en el sudor del pelaje. Piafa frente a la hozada de paja que le deja un criado. Cocea el suelo. El jinete que acaba de desmontarlo taconea por la escalinata principal con una bolsa de cuero en la mano. En lo alto, de levita oscura y cabello blanco, le aguardan. Sonríe al desenrollar la carta y al entregarla. Está hambriento, pero ya se imagina saciado cuando le señalan el corredor que conduce a las cocinas. Este hijo…—musita y cuelga la mirada de cualquier gancho para caballos en las paredes del patio—, ¿tiene descendencia algún vecino?
sábado, 21 de mayo de 2016
El nacimiento de Ana de Peñalosa \ y 8
Los tejadillos de pizarra, el chapitel, el alféizar de las ventanas… blancos. La campa entera, un sudario sin muerto. Nieva. El castillo también enharinado, como una hogaza gigante a punto de entrar en el horno. No ha dejado Juan aún atrás, pese a las penalidades propias de un adulto, el niño que sigue siendo. Los mercaderes que han acudido de mañana a la feria de Medina se arrebujan bajo un soportal. Cuentan historias que inventan al paso del aburrimiento. Juan Yepes escucha y mira. ¿Ha visto vesarced germinar vástago de mujer? —pegunta uno para que le dejen hablar de nacimientos.
jueves, 19 de mayo de 2016
Mapas
Encuentro en los Encantes un volumen de Vicens Vives, Rumbos oceánicos. Explica, con gracia, las vicisitudes, célebres, de las cuatro aventuras colombinas. Colón murió convencido de que había llegado a Asia, aun en el último viaje —a unos 500 kilómetros de Ceilán exactamente—, ¡porque así se lo confirmaban los mapas! Y es que los mapas lo son, por esencia, de lo que ha sido y, por eso, claro, no ven lo que todavía no ha ocurrido. Sin embargo la actual devoción por los mapas es más que colombina, como si no pudiera existir nada que todavía no haya sido.
martes, 17 de mayo de 2016
Josep Elias revisitado
Releo a Josep Elias (1941-1982). Le veo siempre buscando caminos (se había ido de casa) por los que me ha sido fácil transitar. En su primer libro en catalán —de título culturalista, en absoluto de contenido— redescubro el profundo sentido moral de la escritura («En nom d’una moral» se titula el segundo texto); sobre todo, como en el poema dedicado a «Niu Iork», cuando no consigue descubrirlo: esa yuxtaposición de imágenes cotidianas que no trenzan ningún discurso apuntan a su otra virtud: el esfuerzo verbal por transmitir la áspera y abrupta textura (leo ahora «La jaqueta de cuiro») del presente.
sábado, 14 de mayo de 2016
«Afro», de Guillermo López Gallego (desplegable)
Recuerdo la primera vez que oí hablar de este poema. Fue una mañana de noviembre, calurosa, en 2013, con las chaquetas de temporada en el brazo, en la rua da Ilha, en Coimbra, de camino hacia la biblioteca Joanina. Guillermo López Gallego (1978), a quien había conocido la víspera, contó que estaba escribiendo un extenso poema sobre África. Es lo único que supe entonces. Punto y seguido, fue desgranando la extraordinaria cantidad de situaciones extemporáneas e inverosímiles que vivió como diplomático, su oficio, destinado en Liberia. Daban ganas al oírle de —sin asomo de bochorno— pedirle que escribiera un libro.
De hecho, Afro son dos libros. Un poema, extenso, y una poética, imprescindible, en el conjunto de notas que añade. Una poética: la meditación, ahora explícita, de cómo los versos dicen. Cada verso reúne una mezcla de elementos que van transformándose unos a otros hasta ser escritura. En primer término está la experiencia del espacio, que no es la crónica —aquellas situaciones inverosímiles—, sino la percepción de una lógica de los objetos diferente («La puerta azul: el gótico africano / Muestra la promesa de un futuro deshabitado») que encarna en mínimos gestos —de repente— simbólicos: «vi mujeres que barrían…».
El asentamiento de la experiencia —esa vivencia otra del lugar— atraviesa el cedazo de lo leído y evocado. La cultura literaria es la que convierte lo contable en un significado. Para el cronista, el extemporáneo; para el novelista, el narrativo; para el poeta, el alegórico. Las citas a poemas concretos, a autores de referencia, a lecturas que López Gallego especifica entre sus notas trenzan la malla que ha transformado lo sentido en Liberia en una experiencia estética. Un ejemplo, casi trivial, muestra este valor: utiliza la palabra «mandril» en el poema a través de una traducción de Wallace Stevens (pág.38).
Ninguno de estos dos elementos, ni su perfecta simbiosis, da existencia al poema. El poema no es la observación de un espacio, sea propio o ajeno, aunque la contenga; ni es tampoco la refundición de un magma de lecturas, aunque las necesite para no naufragar. El poema es la asunción lírica de ambos componentes de la experiencia; su transformación en la esencia misma del sujeto: «Me disuelvo lentamente / En lo que antes me rodeaba / Y ahora soy yo». Y este es el significado de Afro, el espacio-otro emerge dentro como una auténtica otredad: «No diferencia realidad de presente».
jueves, 12 de mayo de 2016
«La más que viva», de Christian Bobin
Una parte de los sobrecogedores libros de Christian Bobin (1951) solo se puede comprender a partir de los sucesos que narra La más que viva, la súbita muerte de su amada a los 44 años. Dietarios, evocaciones, memorias tristes seguirán a este primer título elegíaco, escrito en 1995, el mismo año de la pérdida. A partir de aquí, Bobin reflexiona sobre el sentido que cobra su propia existencia ante lo irremediable y sobre la dimensión espiritual que adquiere el amor. Un libro que da vueltas a la inextricable escritura de la vida, preludio solo de los misterios de la muerte.
martes, 10 de mayo de 2016
«Morerías», de Elías Moro Cuéllar
Los aforismos de Elías Moro, sus Morerías, fomentan el buen humor. Mejoran el ánimo. No son humorísticos, se transitan con una sonrisa en la boca. El mundo está bien hecho, piensa quien va pasando las páginas. Proporcionan un instante de éxtasis: se descubre lo bien que se está leyéndolos. Son aforismos que recrean el mundo. Lo refundan. Las palabras siguen fieles la mirada del autor: ven algo e inmediatamente lo transforman. Al mirar, la escritura ya está viendo las metáforas y no las realidades. Aforismos cuyo racimo forma una alegoría. La de quien aprende también a jugar con el pensamiento.
sábado, 7 de mayo de 2016
Escalera
A Jesús Aguado
Un cuento con escalera me manda hacer mi profesor de microrrelatos y en mi vida me he dado mayor culada por bajar al metro ensimismada en la primera frase. Se me fue el pie de un sustantivo a un verbo y no hallé barandilla donde expresarme. Dolorida y atónita, en un peldaño, mientras la gente pasaba: páginas de novela policíaca. Un jardín de colillas, cáscaras de pipas sin pipas, una mina de bolígrafo sin bolígrafo, la varilla de unas gafas sin las gafas, el celofán de un paquete de tabaco sin paquete. Mi culo en el escalón. Pero con cuento.
jueves, 5 de mayo de 2016
Becqueriana / 90
Hay insectos que caminan sobre la superficie del agua y hay labios que levitan en contacto con otros labios. Hay barcas que surcan los cauces con el impulso que alguien le entrega a los remos y hay manos que navegan vertiendo en la piel el dulzor de la mañana. Hay saltos de agua en los que brota la espuma que la luz colorea al atravesarla y hay abrazos que destilan gemidos al sentirse cuerpo inundado por otro cuerpo. Hay lagos pacientes y lagunas inquietas en lo alto de las montañas y hay un hombro sobre el que una cabeza descansa.
martes, 3 de mayo de 2016
Becqueriana / 89
Nos habíamos sentado bajo un roble. Llevaba yo un libro en la bolsa y quisiste que te leyera una página. Eran poemas de tonos dulces, melodiosos, y la brisa de la tarde emergía del aliento de un dios benévolo y complaciente. Tras aquella página con versos que acercaron más un cuerpo al otro, quizá para escuchar mejor la voz, o tal vez para sentir en la piel los acentos que el poeta había distribuido con tanto acierto, seguí leyendo palabras que hablaban de ti y de mí hasta que los labios las convirtieron en reales. Igual que lo contó Dante.
domingo, 1 de mayo de 2016
PRUNUS TRILOBA - memorias, y 8
Entre las figuras que visitan el jardín prefiero siempre a Ibn Al’Arabi. Se despierta antes de la salida del sol y ya parece que sus ojos vean donde no han prendido los colores. Y puede afirmarse que tampoco mira cuando ve, sino que medita. Aun sumido en las tinieblas siento cómo abandona una mano sobre una rama por acariciar acaso las flores que aguardan el primer rayo para brotar y sé que está pensando. Más. Se diría que está escrutando qué conocimiento hay en el interior de cada palabra que contempla. También cuando me mira. Y tiemblo, yo, Prunus Triloba.