Dibujaba perfiles sesgados con
narices siempre aguileñas, se esmeraba en los ojos, en las pestañas. Dibujos
que ocupaban el margen de un periódico, el reverso de una factura. A veces
aprovechaba el mismo espacio para copiar largas sumas con números de
tipografía gótica que a mí me parecían columnas. Descubrió la acuarela con el
tiempo. Empezó pintando paisajes con casa. Una serie. Luego animales, otra.
Flores exóticas. Y durante los últimos años retratos. Le guardaba las revistas
que regalan los periódicos. Su inmensa colección de semblantes me mira hoy desde la
pared donde los colgaba. En todos veo su rostro.