«En Carnaby Street empezó todo», le oí decir un día. Yo tenía once años. Regresaba del colegio y él tocaba con sus amigos en el sótano de casa. Me llamaba, «Ven ricura», pero mi madre no quería que bajara. Luego se enfundaba su cazadora tejana, aunque estuviera nevando, y se iba. Cuatro, cinco días. Por las noches, a través de las paredes, oía sus gemidos. «Hemos andando de gira», se justificaba siempre mi padre al volver y aquella noche los dos reían hasta la madrugada. Lo recuerdo cuando estoy desecha, al salir de la tienda donde trabajo, en Carnaby Street.