La comunicación se multiplica. Exponencialmente. La comunicación es el existir, dicen. La existencia se verifica comunicándola. De hecho, como siempre. Las variantes son las mismas: la velocidad y el medio. No varían las variantes, sino sus dimensiones. La velocidad se multiplica —es un decir—, los canales también. Luego, la existencia se multiplica. Regla obvia para aumentar la velocidad: disminuir el peso. Para los nuevos soportes: disminuir el volumen. Algo que ya inventó el cartucho de dinamita: la misma roca llega más lejos, más pequeñita. La comunicación detona la existencia para que pueda ser comunicada. Eso lo dirás tú, dicen.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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lunes, 23 de julio de 2012
Intemperie / 2
La comunicación se multiplica. Exponencialmente. La comunicación es el existir, dicen. La existencia se verifica comunicándola. De hecho, como siempre. Las variantes son las mismas: la velocidad y el medio. No varían las variantes, sino sus dimensiones. La velocidad se multiplica —es un decir—, los canales también. Luego, la existencia se multiplica. Regla obvia para aumentar la velocidad: disminuir el peso. Para los nuevos soportes: disminuir el volumen. Algo que ya inventó el cartucho de dinamita: la misma roca llega más lejos, más pequeñita. La comunicación detona la existencia para que pueda ser comunicada. Eso lo dirás tú, dicen.
jueves, 19 de julio de 2012
Intemperie / 1
El ser es su visibilidad, dicen. No importa, sin embargo, la condición de
quien mira. Mirar para otorgar ser es catapultado a una dimensión
exclusivamente estadística. Cuanto más visible sea el ser, más carismático;
literalmente: más grato a la comunidad. Lo que se pretende. Más visible, más
agradable. Dicen. Me preocupan ahora varias cosas al respecto: la opción de ser
de lo invisible, la opción de exigencia a quien mire, la opción del desagrado
en sí misma, la opción de carecer de comunidad. También que, desaparecido el
mediador, el carisma sea un filtro aún mayor. ¿Por qué preocuparte?, me preguntan.
lunes, 16 de julio de 2012
11 de enero de 1930
Los copos han revoloteando por el cielo de agua, su incierto vuelo y sus
destellos han encantado los días, encendido las noches. Sin las manos que la
agitan, las blancas ilusiones van posándose en el suelo de la bola de vidrio.
A la vista quedan las humedades del cuarto alquilado, los martillazos ante la
ventana del despacho que da a las traseras, los adoquines mal ajustados que
encharcan los zapatos las tardes de lluvia. Por más que trate de removerla, no
volverá a nevar en la libreta cuyas páginas arrancaba para escribirle. Dos
palabras —hasta pronto— mienten sobre
su negrura.
jueves, 12 de julio de 2012
1514
Hierática, la garza
observa el temblor de las aguas mientras paciente espera que caracoleen en el
remanso de la orilla. Un aroma a espliego, cuyas flores aún cuidan gotitas de
rocío, se esparce en compañía de una luz a la que el caño de la fuente ha
borrado todos los oscuros. El Tajo,
silente, a lo suyo. ¿Tú eres el benjamín
de los Lasso, quia? La pregunta de la mujer desconocida le retrasa del
grupo de pillos. Azorado, busca una respuesta al tiempo que los suyos se
agazapan. La piedra, certera, astilla la mañana con el estremecedor graznido
del ave.
miércoles, 11 de julio de 2012
«El Premio Herralde de Novela», de Jordi Bonells
En cada una de sus novelas memorialistas Jordi Bonells vuelve a contar la misma vida que ya había contado (obviamente), pero con un propósito distinto. En este caso la idea que anima esta postrera autobiografía es convertirla en paradigma de los escritores que, por razones propias, no consiguieron ser considerados escritores: Rimbaud, Walser, Kafka, Pessoa… Bonells, su heredero, desentraña en su experiencia la paradoja de quien al mismo tiempo que quiere ser escritor hace todo lo posible por no serlo. Con el mismo empeño busca editar y que no le editen, o que ocurra como si no hubiera editado nunca.
martes, 3 de julio de 2012
1774
El viento helado descubre grietas entre los sillares, atraviesa rudas
puertas de roble y traza deformes flores azules sobre los tapices que cubren
los muros. El fuego que crepita en la chimenea apenas consigue defender
su aureola dorada. Por los corredores resuena el caminar nervioso de los
criados, sus voces, sus quehaceres casi desesperados. La baronesa le reza a un dios humilde y cercano, el que le pidió a su primer hijo para el coro de
ángeles. En la cuna llora Georg
Friedrich Philipp. Paños empapados en agua limpian un cuerpo que arde y acaso ya anhele
convertirse en resplandor.
domingo, 1 de julio de 2012
Corazonada
Joan Llimona. Noia estirant-se (1916)
La desaparición de temas y motivos religiosos a veces no desacraliza la
pintura. Lo que la pintura muestra también puede comprenderse como una imagen
de lo sagrado. La muchacha que se vuelve de espaldas al pintor y se estira con solitaria
desinhibición, la cesta de la comida en el suelo y la barca aún amarrada puede
ser leído como signos que caligrafían la trascendencia. El viento que zarandea
la falda de la joven, el paño blanco que preserva los alimentos. La salvación —la
plenitud— no está en los acontecimientos, en su solemnidad, sino en el presentimiento, en
su aparente vacuidad.