El viento helado descubre grietas entre los sillares, atraviesa rudas
puertas de roble y traza deformes flores azules sobre los tapices que cubren
los muros. El fuego que crepita en la chimenea apenas consigue defender
su aureola dorada. Por los corredores resuena el caminar nervioso de los
criados, sus voces, sus quehaceres casi desesperados. La baronesa le reza a un dios humilde y cercano, el que le pidió a su primer hijo para el coro de
ángeles. En la cuna llora Georg
Friedrich Philipp. Paños empapados en agua limpian un cuerpo que arde y acaso ya anhele
convertirse en resplandor.