La tarde se remansa como el arroyo que llega al lago y su ímpetu se queda en nada, apenas alguna leve onda cuando un remo
empuja una barca. Sobre su cubierta, las aguas distinguen con el espejo nublado
de su visión dos sombras. Eres tú y soy yo. La arboleda teje una densa
cenefa alrededor que solo cruza el canto eufórico de los pájaros. La embarcación
avanza lentamente, con el leve chasquido de su proa al cortar el cristal del
agua. A veces se detiene. Sobre el verdor del lago se refleja entonces la única
sombra que funde un abrazo.