La da un empujón un viernes cualquiera a una
mentira y la echa a rodar en un mundo con las dimensiones de un cuartel. Quien
se propone esparcirla antes acude a la peluquería, elige vestuario, combina
tonos, estrena prendas. La mentira embellece. Del pozo ciego de su carácter
extrae simpatía, ojos risueños, palabras dulces, mano en el brazo, sabe que
convencer requiere antes gustar. La mentira seduce. Aquel empujón ya es un
propósito de vida, un súbito descubrimiento que redime de la angostura. Nueva
fe, militancia, credo. Ya nada se sostiene sin las virtudes de una mentira. La
mentira consuela.