¿No vas
muy solo?, me preguntó con malicia la encina junto al
sendero. Qué va —le respondí—, no ves que voy de la mano con mis sueños.
Una brisa sacudió sus hojas y mientras me alejaba oí que decía algo. El castaño
de indias, un poco más arriba, insistió: ¿En
el bosque tan sin nadie? Viejo cascarrabias, te estás quedando ciego
—le espeté, y seguí mi camino. En el pinar, el arisco artesonado de sus copas
no se enteró de que recogía al paso piñones que ensuciaban mis dedos. Ni nos ven, le dije al silencio que me
acompañaba.