Una ciudad de banderas, cartelería inflamada y
léxico obligatorio ha sido desatornillada y sustituida por otra ciudad de
neones, anuncios en fachadas enteras y la palabrería hueca de logotipos
planetarios. Ni siquiera una lengua arisca y distante tiene nada que hacer
frente al mensaje diáfano y comprensible de los centros comerciales. Resulta
difícil, para quien anda desprevenido, descubrir entre dos civilizaciones una
ciudad. Me siento en el café Flora, una pequeña construcción de madera rodeada
de yedra a las orillas de un parque, y mientras me sirven un té en el jardín me
preguntó dónde estará la ciudad que busco.