Han llegado con la primavera, como los presagios aciagos en los versos de Eliot. No paran de nacer. Cada día hay nuevas cetonias revoloteando por el terrario que en otoño albergó una simple pareja. Su afición a procrearse ha quedado clara desde el principio. Comen, se aparean. Al parecer quieren ser muchos más coleópteros poblando este insulso planeta que les resumimos, en casa, con un helecho, una bromelia y las mondas de la fruta del postre. Por la noche su excesiva vitalidad retumba como caminar de fantasmas patosos. Hay que saber que están ahí para no asustarse. Ah, las cetonias.