Para Germán Gullón
En el viejo Ámsterdam, cerca de la plaza Dam, existe una estrecha calleja sin salida donde crece la hiedra en las fachadas sin que los carros se enmarañen en ella ni los mulos la arranquen de cuajo de una dentellada. Quienes cruzan por delante juntan las manos sin saber por qué, evocan un nombre que sólo ellos conocen y después limpian en los cristales de sus gafas las gotitas de llovizna que los motean. El canal que pasa al otro lado nunca ha conseguido pintar en el óxido de sus aguas la entrada al pasaje de la Oración Sin Fin.