El panel de control del programa, que con tanta generosidad lo anota todo y hace las veces del secretario que no puedo pagar, me avisa de que al llegar al final de este canapé de texto el bloc habrá anotado, exactamente, diez mil palabras. No es gran cosa, pero da para detenerse a pensar. Cuando abrí este tenderete lo hice con cien razones detrás. Con el paso de los meses, en cada entrada se rezagaba una. Llego a las cien desrazonado. No sé por qué he de seguir escribiendo aquí, y este es el mejor regalo de aniversario que encuentro.



Con un argumento en apariencia menor —los problemas de un joven que empieza a dar clases en un instituto de provincias— Natsume Soseki (1868-1916) escribe una novela espléndida e inolvidable. La magia de su escritura se asienta en la voz del narrador, cuya personalidad impulsiva, irónica y vital seduce desde las primeras peripecias. En el instituto, el protagonista descubre poco a poco, con una lucidez escalofriante, quiénes son sus compañeros y qué están dispuestos a hacer para eliminar a sus adversarios. Si se desconoce que Botchan se publicó en Japón, en 1906, se diría que ocurre en cualquier instituto actual. 


