Sobre esta vieja tapa metálica sé que no es cierto eso —que digo con frecuencia— de que la ciudad ahora ya es otra, una desconocida. Ni es verdad que pasee por ella como turista o advenedizo. De repente esta vieja tapa. Acaso cuanto diga es sólo un subterfugio —¿o un simple refugio?—, un arrogarse la irresponsabilidad del turista en relación al tiempo. Si la ciudad no hubiera cambiado tanto, tendría tanto pasado como yo, y los dos, de la mano, seríamos insoportables. La mudanza nos aligera el peso, a la ciudad y a mí. Pero de repente: esta lápida.