En las películas de piratas me inquietaba, de niña, el contraste perpetuo en el que se desarrollaba la vida de los marineros. Un lugar tan pequeño para poder moverse, dentro de una inmensidad alrededor tan inútil para dar un paseo. Luego, de joven, la inquietud no dejó de crecer y empezaron a preocuparme los efectos que debía de producir el olor en la convivencia, el de los cuerpos encerrados y el de los espacios interiores del barco, sobre todo después de que descubriera la palabra «sentina». Hay vidas que, quizá por parecer inviables, me hacen soñar con otra vida diferente.