Cuando llegue el día en el que tenga que irse, sé lo que haré para que no ocurra. No me daré por enterado. Prohibido diarios, noticieros, relojes y teléfonos con exceso de información. Nada de citas o compromisos, ni siquiera con las personas próximas. Se acabó el programar actividades, viajes, también el permanecer atento a cualquier acontecimiento que pudiera ocurrir. Vedaré el paso al año que entra. A su intrínseca incertidumbre. Si este había sido un buen año, completo, soberbio, histórico, a qué echarlo a perder y a lo tonto cambiarlo por otro nuevo. Me planto. Y sé cómo hacerlo.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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viernes, 29 de diciembre de 2023
domingo, 24 de diciembre de 2023
Pequeño cuento de Navidad
De la vela cuya mecha apenas consigue mantener la llama sobre los chorreones secos de la cera consumida solo se espera que sea capaz de prender la nueva que, enhiesta, anhela sustituirla en breve. Su intensidad revivirá la luz sobre el presente. A este paso hay quien lo denomina rito y celebra, con el tránsito, una creencia: la certeza de que es posible la permanencia. Y, de hecho, lo es. Aunque quien incline la antigua vela sobre la incólume no logre que esta se encienda mientras la primera se apaga. Aun quemándose los dedos en la operación, tampoco nada significará.
lunes, 18 de diciembre de 2023
Cuentos del hada jubilada (octogésimo segundo)
No conozco a nadie que se sienta inmune ante el misterio de las costureras. Ni hada, ni duende. Cerca de los cuarenta años, Velázquez pintó una que fija el semblante que las convierte en enigmáticas. Las manos, capaces de lidiar con lo nimio y restaurar el daño que parecía irreversible. La ausente mirada, cautiva de la tarea, que impide a quien la contempla entrar en contacto con su ser, en cuya apariencia discreta nada desentona. Velázquez, incapaz de resolver el arcano, no ocultó hacia dónde huía su mirada: toda la luz de su paleta baña el escote de la costurera.
jueves, 14 de diciembre de 2023
Cuentos del hada jubilada (octogésimo primero)
Anoche olvidé llevar al punto de residuos orgánicos los restos de la cena, entre los que había un huevo que se me había roto al tratar de abrirlo. Para colmo, tampoco cerré, como acostumbro, la puerta de la cocina que comunica con el patio. La tormenta perfecta. Así que esta mañana he tenido que enfrentarme a una invasión de hormigas en toda regla. Estaba con la guardia baja porque no habían asomado desde hacía mucho tiempo. El hormiguero habitual había desaparecido. Estas han llegado de otro, más distante. ¿Cómo se han enterado las hormigas de que ayer cometí tantos errores?
domingo, 10 de diciembre de 2023
Cuentos del hada jubilada (octogésimo)
Cualquier cosa era siempre más alta que yo. Para elegir la fruta que va a comprar, mi madre abandona la mano que me daba y al instante siento cómo mi cuerpo se desdibuja ante la madera del mostrador, un muro que mis ojos no consiguen rebasar, rodeado por una penumbra no menos densa. El vendedor es una voz que llega desde el otro lado e informa de precios entre silencios. Mi madre también calla, con lo que disfruta hablando. A través de la cortina de filamentos metálicos contemplo la luz de la calle como una salvación. ¿Qué me estaba perdiendo?
martes, 5 de diciembre de 2023
Cuentos del hada jubilada (septuagésimo noveno)
No he parado hasta conseguir una pecera. Una bola de cristal llena de agua con un pez anaranjado dentro. La mía la dejo llena de aire, y ni siquiera he colocado un pajarito. Solo me sirve para contemplar el vacío. Ahora que no cumplo horario de hada ni acudo a reuniones del sindicato de magos, he decidido convertirme en arúspice. Desvelar el porvenir en hígados de vaca me parece algo fascinante, aunque no tengo paciencia para limpiar la sangre de las vísceras que compre en el mercado. Así que leeré el futuro en la nada que encierra mi nueva pecera.
viernes, 1 de diciembre de 2023
Cuentos del hada jubilada (septuagésimo octavo)
Creí que era un viaje, pero veo que accede a la autopista con la ilusión del niño que enseña el mundo que le descubrió su abuelo. «Por allí —señala en una dirección hacia la que no mira—está el melocotonero del que te hablé. El huerto es un prodigio de olores. Y sonidos. El del agua, cuando se riega; el de los pájaros, enloquecidos al atardecer. Abría un libro y así se quedaba mientras mis ojos no paraban quietos». Trato de vislumbrar algo entre el muro de camiones y furgonetas que va adelantando, pero solo veo la línea discontinua del asfalto.