En un cuarto trasero del casino sé que se juega de tapadillo a los números babilonios. Cuando creí que tenía lo suficiente para que me dejaran apostar, me presenté con el mejor traje de que disponía y recién salido del peluquero. Aun así, el vigilante me impidió el paso. Necesitaba registrarme. Hice cola, otro día, en las oficinas, pero me faltaba, entre los papeles que exigían, el certificado de nacimiento, por si era un personaje literario. Luego, cuando lo tuve, me preguntaron quién era mi padrino. No supe decir que nadie y el nombre que dije resultó ser aún menos.