No me ha confesado nadie haber tenido un sueño, de los que se persiguen despierto, donde transitaba entre sonrisas de desconocidos con una copa en la mano. Exudando ambos, los cuerpos y los vasos largos. Tampoco he sabido de nadie aficionado a la música de fondo (pero en superficie) que suena en los cócteles. Ni de entusiastas de los trajes que se lucen como si todos se hubieran vestido con lo primero que han encontrado al sonar el despertador. Nadie que haya cambiado una actividad familiar por oír pésimos chistes en los corrillos de dirección. Y, sin embargo. Incluso diría.