Nunca parece haber nada en lo que existe en la isla. Solo lo que está a la vista. El repetido vaivén de las olas rutinarias. Y sobre las dunas, la rala maleza que el viento con desdén despeina. Un sendero lleno de charcos que nutre la tierra misma allí donde la erosión es más profunda. Para olvidarlos basta avanzar sorteándolos. Nada de cuanto se ve prende en la memoria. Lo que daría entonces por escuchar al oído alguna de las canciones de Ariel, acompañadas quizá por el eco de un lejano campanario, que le atribuyera un significado a tanto pasado.