JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

viernes, 30 de diciembre de 2022

Bye bye 2022



Te has ido —dice ella nada más verlo. Bueno —responde él—, no del todo, si aún estoy aquí y puedes decirme que me he ido es que aún no me he marchado. Andas en la cuerda floja de la lengua haciendo malabarismos —aduce ella irritada. Pero a ver, explícamelo —se justifica él con mímica de niño mimado—, qué juegos hago si sigo aquí, a tu lado, como siempre, como todos los días este año. Embaucador —grita ella fuera de sí—, mentiroso, ya te has ido y ni siquiera quieres confesarlo. Si fuera por mí —admite él—, me quedaría otro año.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Pequeño cuento de Navidad



De pequeño no comprendía esta celebración del nacimiento del mismo niño. Parecía extraño que cada año naciera de nuevo quien había nacido el diciembre anterior. Como la realidad estaba llena de anomalías, me fui acostumbrando. De mayor padezco las mismas contrariedades de la infancia, con la diferencia de que ahora sé resolverlas. Entiendo esta fecha como un renacimiento. No del niño que renace, sino de uno mismo. Y tampoco del presente, que ya tiene muchos días de presencia durante el año, sino del futuro. Es decir, de lo que no existe, pero se puede modelar —un día— con el deseo.

martes, 20 de diciembre de 2022

Cuentos del hada jubilada (sexagésimo sexto)



En sus estantes, los libros de la sala ciertos días parecen pájaros erguidos sobre las ramas de los árboles. Miro sus colores y creo incluso escuchar el gorjeo de alguno. Las estanterías se convierten, entonces, en un bosque y yo en una peregrina desorientada. O tal vez en una naturalista que refunfuña ante los hábitos de sus contemporáneos. Las posibilidades son diversas. Dejo que vayan sucediéndose. Es lo que me han enseñado los pájaros. Llegan, revuelven, desconfían y se van. Los libros, ahora lo veo más claro, no son así. Llegan, confían y aunque nadie los abra, aquí se quedan.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Cuentos del hada jubilada (sexagésimo quinto)



Por megafonía anuncian el final del viaje. La última parada. No puedo decir que no lo haya oído. Tampoco que no tuviera ganas de que acabara. El trayecto ha sido largo. Ha habido incluso una incidencia. Una leve invasión de humo y mal olor, al parecer el efecto de una chispa en la catenaria se ha colado en el circuito del aire acondicionado. Por fin el tren ha llegado, con algún retraso, a la estación término. Todos los viajeros han abandonado el vagón, en general con rapidez, menos yo, que continúo sentada cuando ya no queda posibilidad de viaje, desafiándola.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Cuentos del hada jubilada (sexagésimo cuarto)



En un libro antiguo trufado con láminas de naturaleza, sentada en el balcón, contemplo la imagen de un colibrí. El papel amarillo oscurece sus colores, que entre árboles exóticos de países lejanos seguro que brillan con mayor intensidad. El dibujo tampoco es exacto, lo que no resulta un impedimento para admirar lo insólito de este pajarillo del tamaño de una caja de cerillas capaz de hacerle cosquillas al incógnito corazón de las flores. Su pico, tan fino y largo, parece un incordio para la vida cotidiana. A mí, creo, me resultaría incómodo para tomar una taza de té con pastas.

lunes, 5 de diciembre de 2022

Escrituras del barro / 7



Del televisor conozco la extensión geométrica de su negritud. Un rectángulo vacío. Con solo apretar un botón, incluso a distancia, se desbarata la percepción con un baile de formas y colores de la que es difícil huir, incluso cara a una pared, porque las imágenes llegan acompañadas por la fanfarria entera de los sonidos. Con imprimir una leve presión sobre una protuberancia mínima salta por los aires lo que existía. Los pensamientos, si asomaban, de inmediato desaparecen, diluidos en el torbellino que se fragua sobre la antigua oscuridad tibia. Se diría que su incesante despliegue solo pretende silenciar el silencio.

jueves, 1 de diciembre de 2022

Escrituras del barro / 6



Mis estrategias a la hora de desplazarme en metro se limitan a elegir los vagones centrales, donde es más fácil encontrar asientos libres. Me gusta sentarme solo para leer. Por trayecto no suelo avanzar más de dos o tres páginas. Hay libros enteros que he completado así. Generalmente editados en octavo, de modo que pueda llevarlos en el bolsillo. Hay colecciones a las que estoy atento para reponer con otro título el concluido. La lectura tiene múltiples funciones y, entre tantas, esta me gusta especialmente: la capacidad de abstraer al lector de las circunstancias concretas del momento. Mandarlo de viaje.