Cuando le traté ya lo había superado. O eso decía. De niño, su padre inglés le ataba las manos, herencia de una madre italiana, al brazo de la butaca desde donde respondía a sus preguntas. Fue como volver a aprender a hablar de nuevo, explicaba. De ahí nace su teoría de que las manos no solo son las que enseñan a la persona a expresarse, sino también a comprender lo que ocurre alrededor. El adiestramiento paterno tal vez mejorara sus modales, pero retrasó una década, afirmaba, su desarrollo cognitivo. Daba gusto oírle, aunque no acabara de pronunciar enteras las frases.