…no tiene timbre y tampoco lo necesita. Le basta con llevar los guardabarros sueltos para que el soniquete lo anuncie. Recorre el ciclista las calles de los pueblos, sin importarle que haya barro o piedras por los caminos. Si llueve, extiende un chubasquero. Si arrecia el viento, se pone gorro de lana y un abrigo de soldado al que ha arrancado las insignias. Se detiene cuando susurran su nombre, que nadie más oye. Explica cuanto sabe del frente —noticias, bombardeos, fallecidos— y devora allí mismo, antes de volver a subirse a la bicicleta, el mendrugo que le entregan a cambio…