Y recostado sobre la página del libro abierto entonase también yo mi existencia en figuras redondas sin advertir que son, en realidad, corcheas, desdoblándose en semicorcheas. Ardido ya en el pentagrama arbóreo del bosque, la ceniza oscura cae sobre la languidez de la porcelana. Una escritura. Y quedarme ahí tal como me quede, embebido de mi desaparición estorbada por una herida, la rozadura, lo espinoso del no dirigirme a lugar alguno pese al cansancio y la sed. El emplasto en la música de las palabras. La espera de los peces a que el pescador lance la red desde la barca.