La luz se sienta a la puerta de una casa a coser el tiempo que no está. Una bufanda de lana gruesa para cuando no quede ninguna de las flores que ahora lucen animosas en los balcones ni los árboles se enorgullezcan del verdor con el que los mece la brisa. Cuando los abrigos, doblados en lo alto del armario, esperen en el colgador del vestíbulo y las botas avancen paso a paso clavándose en la capa de nieve que cubra la realidad. Lo que no se recuerda, la luz lo teje en la época liviana, festiva, de las sensaciones.