Está demasiado cerca del camino —le avisaron al testarudo Olacio. Pero lo cavó en la tangente de su huerto. A él se lo llevó por delante un mal aire, pero el pozo permanece. Y aunque nadie saque agua, porque el campo olaciano dio en baldío al poco, de su aciaga boca siguen manando leyendas. Basta acercarse para oír llorar a un niño travieso, gritar a una muchacha demasiado curiosa o ladrar a diversos perros ladradores. No hay mal en el pueblo que no aceche desde aquel hueco en la tierra. Nadie ha olvidado el nombre del terco cavador de pozos.