Largos, finos, ahuesados y sucios. Con restos de pintura que dibujan en la piel el trazo de líneas y cicatrices. Los mismos dedos que sujetan el pincel con precisión, que han serrado los listones y han claveteado encima la tela, ahora cuentan las monedas que dan de cambio. Y antes de entregar el cuadro, lo envuelve en la hoja de un periódico que se ha llevado por la mañana del bar donde toma el café. Y que no ha leído. Tampoco le importa que le compren una pintura u otra, con tal de regresar con lo suficiente para otra semana.