Las gaviotas. De repente no mueven el barco las sacudidas del oleaje en la madera, ni la panza tensa de la vela, ni el coro de lamentaciones de los remeros. Solo graznidos. Y en el horizonte, un bulto oscuro, un reptil de arena sobre las aguas. Siracusa. Dan ganas de sacudir las alas y de chillar con las gaviotas el nombre de los dioses dementes que mudan los destinos con un mohín en el labio superior. La «dulce bahía», la llaman los marineros que sueñan con otras geografías. El dulce muro creo que gritaré cuando mis pies reciban su aspereza.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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lunes, 27 de abril de 2020
jueves, 23 de abril de 2020
Safo | El destierro 06
Los días en Lesbos suben y bajan colinas. Con el báculo del pastor en la mano y los perros que jadean a sus pies. En el sudor que brilla sobre el pelaje de las acémilas y el chasquido de los cascos si golpean las piedras del sendero. Ante el relumbre del sol desde los herrajes y el crepitar de las sandalias al marcar el paso sobre la arena. Los días transitan. Las horas dentro del navío reverberan igualdades. Los ojos se mueven con el vaivén de las olas. No parece que exista abandono cuando nada parece dirigirse a ninguna parte.
sábado, 18 de abril de 2020
Safo | El destierro 05
El que siendo idéntico a sí mismo resulta desconocido. Impronunciable, aunque posea palabra que lo nombre. La sé. Me sujeta por la cintura desde que siendo niña descubrí las dimensiones del universo. Cualquier camino que emprendiera, allí iba. Y aun acostumbrándome a su presencia constante, nunca lo veía de cara. Desde las colinas de Ereso comprobaba cuán inabarcable era el ausente, y seguía con los juegos. Ahora son tus manos las del amante que recela. Y el escaso reino donde no reinas, las maderas húmedas que enfrían mis pies, es lo único que no eres tú, oh mar, el incógnito.
lunes, 13 de abril de 2020
Safo | El destierro 04
El atardecer construye paredes de adobe en el horizonte. Los ha dejado secar al sol durante el día en un baldío que desde babor ni se imagina. Pero basta levantar los ojos del agua para comprobar con qué premura alza el muro de la oscuridad. El que nos encierra en el gineceo con única y pálida ventana. Nos quedan los juegos con las manos, el peine con el que enmendar las travesuras del viento y los ojos, que donde no logran ver nada siempre miran el bosque de olivos cuyas ramas, de niña, me asustaban tanto como ahora la noche.
jueves, 9 de abril de 2020
Safo | El destierro 03
Como si lucieran vestida la túnica no visible de la desazón, los vientos olvidan qué les dio origen y desconocen cualquier destino que les aguarde. Reflejos de mi ansia parecen en su revolverse y alterar la honda filosofía de las aguas. Pasean el desgobierno por la enormidad vacía del espacio, pero en verdad veo que se encaminan hacia este cuadrado blanco que me aleja de donde los lugares tenían nombre. La vela los reúne como mantel de un ágape funesto. Y sentados a la mesa alzan sendos cálices de oro para arrancarme en cada sorbo de distancia una palabra mía.
sábado, 4 de abril de 2020
Safo | El destierro 02
Ni las vocales de la infancia en los arroyos por las calles durante las lluvias. Ni las consonantes, camino del templo, enredadas en el peplo que el sol sigue por verse brillar. Tampoco las tinajas enterradas en la arena con la cosecha transformándose en espíritu. Y de las canciones que aprendíamos en el gineceo durante el vuelo de las tabas queda el murmullo con el que se desea ahogar en los oídos el gemido coral de los remeros. El tiempo es el agua de la ola cuando se retira tras borrar las huellas de quien había ido en su busca.
miércoles, 1 de abril de 2020
Safo | El destierro 01
Por más torpes que los barcos parezcan, sin caminos por donde alejarse, sin siquiera una pareja de caballos que los arrastren, se van. Abandonan las palabras, el papiro de súbito se queda impoluto, ni una mancha de tinta que se parezca a una letra. Por más que la espuma que se arremolina en popa crea que escribe. Pero, en verdad, borra. Ni las antorchas encendidas en la noche quedan de Mitilene. Ni las suaves colinas sobre las que se tumba a descansar su nombre. Al regresar a proa por leer el mar, me asustan los renglones que nadie ha escrito.