Abandonados para siempre los caminos que impregnan de parda compañía el manto azul, con apenas el bonete plumado y una gonela ligera, el señor de Castelo cruza la alegre cantinela del río Paiva por sus pasarelas de piedra. El verano canta en el coro de cigarras hasta confundir el fragor enemigo que aún restriega sus asperezas por las paredes de la memoria. Cuando el agua oscurece el guadamecí del calzado y la agreste soledad del monte se transforma en sensaciones y melodía, en mitad del cauce Joham Soares le arranca a la cítola las más estremecedoras, extrañas, palabras de amor.