Que un día, mañana quizá, añore la parsimonia con la que el reloj se acerca a la llegada del tren, el viento que sacude los andenes, la gente que se arremolina donde se abrirán las puertas y los vaivenes del trayecto sujeta a una barra que repueblan de microbios infinidad de manos. Que prefiera el zumbido destemplado del despertador, el café de estampida, la noche aún pegada a fachadas y cielo, eso a cualquier otra cosa que me aguarde. Que lo encuentre ya hermoso ahora, que voy a entregar la baja que me firmó ayer, en la consulta, la oncóloga.