De hecho, no puedo decir que sean conocidos. Ni sé sus nombres, nada de sus trabajos y menos de su carácter. Que han de tenerlo. A veces una forma de anudarse el pañuelo de cuello o de golpear el cemento del andén con la puntera de la bota permiten intuirlo. Pero tampoco puedo decir que sean desconocidos. Cada mañana laborable aparecen puntuales para tomar el tren de las 8:14 —siempre he pensado que los minutos se deciden para quienes redondean las horas. A las ocho y cuarto ya lo han perdido. Algunos días incluso paso lista. Y sé quién falta.