En el banco del parque donde te sentabas el murmullo de la pequeña cascada no enmudecía el canto de los pájaros. Tampoco el crepitar de las suelas en la gravilla cuando alguien se acercaba por el camino e iba en silencio. Si hablaban, antes te habían llegado las voces. Con ese hilo cosías las mañanas de domingo sin lluvia. Ven a cantar con nosotros, Cándida, te hubiéramos dicho de saber que necesitábamos estribillos para nuestras canciones. Pero estábamos entretenidos cada cual con su vida y la tuya resultaba invisible. Tan discreta y honda. Solo empezamos a darnos cuenta al irte.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
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martes, 29 de octubre de 2019
viernes, 25 de octubre de 2019
Candida, laula kanssamme
Ah, ser actriz. Para que mane desde el interior la hermosura que anhelas. Y desde fuera el aplauso de los párpados que no parpadean. Ser otra distinta a ti, lo que siempre has deseado, Cándida. Cambiarte el nombre. Y los zapatos cada semana. Un armario solo para los abrigos de entretiempo. Que te vista el pintor que vierte colores sobre la paleta. Ser célebre, vivir como artista. Aquel día que leíste un reportaje sobre la soledad de las actrices, su angustia ante el envejecimiento, el miedo al fracaso, etcétera, lanzaste un grito de alegría. Tenías todas las condiciones para serlo.
domingo, 20 de octubre de 2019
Цандида, певај са нама
Para que se cierren los ojos que mantienes abiertos y cuando se sobrepongan los colores al negro lo estarás viviendo en la vida que se vive por dentro. Por eso entras la primera en la sala y no tras los créditos, como hacen tus amigas por seguir hablando hasta el último segundo posible antes de que se decrete el silencio. Es tu teoría del cine, Cándida, ese fundido en negro que confunde exterior e interior. Razón por la que se va a ver una película. No para que un chico se siente al lado y le haga a una cosquillas.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Candida, chante avec nous
La mañana en la que te subiste al tren por primera vez, Cándida, cuando bajaste en Ingolstadt habías memorizado todas las estaciones hasta Hamburgo. Las que recorrerían los vagones con el asiento de ventanilla donde te habías sentado vacío. Sin embargo, en el andén te era imposible reprimir la sonrisa de colegiala de internado en día de excursión. Del oeste llegaban unos nubarrones oscuros. El viento lo hacía todo más difícil. Los pasajeros que se habían apeado contigo ya eran solapas alzadas y gorras hundiéndose escaleras abajo. Pero te sentías feliz porque aún estaba pendiente un viaje, el de vuelta.
viernes, 11 de octubre de 2019
Cândida, canta com a gente
Los toques del despertador suenan sobre el atril antes del que primer gesto de batuta, poner un pie dentro de la correspondiente zapatilla, dé inicio a la sinfonía de la jornada. La música del vivir. O tal vez sea un único golpe seco el que dé arranque a la grabación de los días, una serpiente aún en celuloide donde los movimientos son el fruto de la redundante quietud. La película de la vida. Suena el reloj cada mañana a las siete, Cándida, para que no empiece nada que no esté previsto en la partitura o en el guion que sigues.
domingo, 6 de octubre de 2019
Candida, sing with us
Hay palabras, Cándida, con las que paseas a menudo, aunque no te pertenezcan todavía. Pudiera ser cualquiera, te dices. Este, aquel, elegante, informal. No hay estilo que lo entorpezca. Pero ninguno da el encuadre que sueñas para las frases en las que aparece la palabra «novio». De niña los veías llegar desde abajo, como casi todo, pero los novios de las vecinas eran siempre más altos y una aureola acompañaba cada gesto. Aprendiste enseguida a admirarlos y ahora ya sabes el halo que ha de brillar en los ojos que te hablen. Es el que tienen todos y ninguno posee.
martes, 1 de octubre de 2019
Cándida, canta con nosotros
Te leen los libros por dentro. De par en par el balcón de tus ojos y los personajes sin necesidad ni siquiera de usar la puerta. En el sillón se tumban con los pies sobre el vidrio de la mesita baja, el mantelito de punto de cruz hecho una boñiga, las figuritas de porcelana por el suelo, el cenicero de cristal a rebosar de colillas. Abren los cajones de la cómoda y la intimidad de tus prendas en oleaje. Descuelgan tus vestidos del armario para olerlos. Se limpian los dientes con tu cepillo. Y tú, Cándida, sin decir nada, leyéndolos.