Las hojas que zarandea la tarde ventosa escuchan de lejos el ulular de la ambulancia que se lo lleva a la capital, y siguen cayendo. Nadie en el cementerio sabe del percance. El otoño ha empezado a arrastrar los bajos de la túnica, las zapatillas de esparto, el coscorrón del cayado. Las primeras, con el verde del silencio aún entre los nervios, abrigan el nombre de Zenobia. Las segundas, las fechas. Un día llegará al camposanto para no salir el jardinero. Mientras la junta tramita el puesto, la hojarasca continúa borrando los muertos. El nuevo funcionario se tomará su tiempo.