JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

domingo, 28 de julio de 2019

Dietario de sensaciones, 59



Están llenos las calles y los adustos paseos del tiempo con guirnaldas de recuerdos. Un mal cineasta decoraría fachadas y árboles con objetos simbólicos, colgados aquí y allá, y tras filmarlo lo insertaría después de un encuadre del personaje, a modo de plano subjetivo. Es decir, mostrando no la realidad sino lo que cada uno ve al mirarla. Bueno, a los cineastas les gusta contar cuentos. A la gente, vivirlos. Y las avenidas y los senderos están llenos de sus paseos. Donde recuerdan un circo que vieron de niños, hay un circo; donde piensan en el ausente, florece un clavel.

miércoles, 24 de julio de 2019

Dietario de sensaciones, 58



Cada muro, denso, arrogante, tiene una rendija. Por ella transitan las hormigas de uno al otro lado trenzando una cuerda invisible que lo ata a sí mismo. Y se escurren las lagartijas de la posibilidad de perder sus colas traviesas. En su hueco se acumulan las semillas que transporta el viento y entre la aspereza de lo rocoso crecen, en primavera, flores amarillas, tan diminutas como intensas manchas de color sobre el gris. Cada día tiene una rendija por donde transitan las hormigas del pensamiento y por donde el deseo se escurre de la realidad. Donde las semillas esperan florecer.

sábado, 20 de julio de 2019

Dietario de sensaciones, 57



Sentado en un banco del parque veo cómo se acerca una bicicleta. Alcanza pronto mi altura y luego desaparece. Durante un instante he visto cómo, al pasar, sus ruedas giran y en su trazar siempre el mismo círculo, avanzan. De hecho, parece una vieja aporía. La rueda gira sobre sí misma, siempre igual, y ese girar sobre su centro le supone al ciclista un avance en el espacio. Me quedo un instante debatiendo la implicación metafórica. Todo gira con los días, es cierto. Pero hay ruedas que giran sin moverse y otras que giran avanzando. ¿Cuál es la del reloj?

martes, 16 de julio de 2019

Coche de línea



En la estación de autobuses de Belgrado hemos subido al que va a Voivodina. Ruidosos, alborotados, mis amigos se instalan en la última fila. Nada más sentarse, cantan y ríen. No sé por qué me quedo despistado junto al conductor, quizá pagando, y al darme la vuelta para unirme al grupo en el segundo salto me detengo. Junto a la ventanilla, en la tercera fila, una muchacha me devuelve la sonrisa con la que me burlo de mis compañeros.  A su lado, un asiento vacío. La miro, los miro. Un dilema. Ellos tan divertidos, ella tan silenciosa. Ni lo dudo.

jueves, 11 de julio de 2019

# 612


Un simple bollo de pan partido en dos, una galleta, una pastilla de chocolate. Al dividirlos en dos partes, solo ambas se pueden volver a reunir. Una parte diferente, cortada de otro bollo, galleta o pastilla nunca daría el conjunto original. Así, cuando alguien toma de la mesa un panecillo y lo parte con la mano y entrega una mitad, solo esa mitad y la que conserva consigo podrán reconstruir el panecillo primigenio. Igual ocurre con las conversaciones. Son también una tableta compartida. Cada uno dice una parte de la unión de dos. De nada sirve juntarlas a otra mitad.

sábado, 6 de julio de 2019

# 611


Puertas, arcos triunfales, atrios. Es mejor no entrar nunca por donde se entra. Ni salir por donde se huye. Pórticos, portalones, porches. Nada me dicen. Hay que desentenderse de las señales que los indican. Pasar de largo. Una vereda perdida entre las huertas conduce lejos por donde solo algún labrador cansado pasa. Un sendero entre maleza devuelve, por detrás de los campos de frutales, a las calles acostumbradas. Conozco las fisuras del territorio y solo por ellas deseo transitar. Prefiero las rendijas a los ventanales y las grietas en la arena al tupido asfalto. Busco la ruta de los solitarios.

lunes, 1 de julio de 2019

Maga Losnay, dietario # 610


La taza de té te mira. Taimada, sus suspiros dibujan en el aire figuras huidizas. Desde el reposo le gusta verte. A veces únicamente atisba la mano y el brazo, que pasan por encima y regresan con una galleta de avena. Otras, te ve pensando, si te quedas pensativa frente al líquido áureo. Y te observa. También cuando te acercas con el tarro de la miel y una cuchara de dulzura que viertes. O, en invierno, al entrelazar las manos frías alrededor de la cálida porcelana. La taza habla, igual que lo haría un espejo que reflejara solo la ausencia.