Una campanilla colgada en la puerta resuena diciendo adiós al abandonar el Café. Es el último sonido de una tarde en que las palabras han hablado por los codos. En la calle sombría, se han quedado a solas los pasos y el lejano graznido de una gaviota. Por escucharlo, caminamos en silencio. Ya cerca del puente, el río resuella como alguien que durmiera entre los juncos. La mano en el hombro, el brazo por la cintura. Una furgoneta cruza emborronando el instante. Casi ni la oímos, atentos solo a los sonidos que no suenen. A veces, entre farolas, nos detenemos.