Hay dos poéticas que admiro en la obra de Rosalía de Castro. La paisajista, sobre todo, que supo abandonar el gabinete de la memoria como lugar de escritura y se puso a recorrer los caminos con la caja de acuarelas de la escritura en la bolsa. En sus versos, la naturaleza suena, huele, hechiza y responde. El pensamiento prende y florece siempre en el lugar y desde el lugar, que entrega sus razones a lo que existe. La otra Rosalía admirable, parece una paradoja, es la metafísica. No hay mirada ni descripción que no suscite una pregunta sobre la permanencia.